Historia del fracaso – Emilio Arnao

Historia del fracaso – Emilio Arnao

HISTORIA DEL FRACASO

 

El fracaso es bello desde su concepto de energía vital. Uno o una no pueden siempre vivir desde el éxito, porque se acostumbran a él y al final caen en el tedio, en la costumbre, en la nada. El éxito radica en la profanación del alma del ser humano. Todo lo que viene después sólo es humo, necedad, tristeza o pasatiempo. El tiempo o el mundo siempre deben vivirse desde el fracaso, porque éste acude desde la sinergia de la fuerza y la pasión, desde el vitalismo y una perduración constante de las cosas: el idealismo, el hedonismo, la filosofía nietzscheana, lo dionisíaco, el romanticismo, la casa en donde uno habita y que se cae a pedazos mientras afuera el sol siempre ilumina las cortinas del balcón.

Es esa iluminación la que convoca al creador alrededor de una telaraña intelectual en la que se sostiene desde la rebelión y el optimismo, pues todo artista oscurecido por las cuerdas que sostienen los palacios del reconocimiento insiste en un esfuerzo prometeico y duradero. Ese esfuerzo es justamente lo que lo mantiene vivo, ardiente, mamífero, resistente. Todo fracaso solicita la resistencia como arma para vencer el olvido, de otro modo sería innecesaria esa violencia creativa que día a día va componiendo toda una obra que habita en la tumba becqueriana. ¿Cuántos fracasos han coexistido en el tiempo a lo largo de la Historia? Innumerables, por no decir la mayoría. La Historia no es que sea injusta, sino que se alarga como una cuerda de funambulista por donde el creador cruza desde la tensión y el peligro de caer para siempre. No obstante, al final todo proceso histórico acostumbra a ser coherente y salvífico y suele recuperar todo aquello que fue dañado. No daremos nombres por ser todos harto conocidos, pero el nombre, la identidad, el mérito, el talento históricamente ejercen una fruición entre lo que fue y lo que finalmente será. El tiempo siempre da la razón a los que en su momento la cercenaron o la dejaron caer por los puentes del vagabundeo. La vida creativa es vagabundeo mientras las tormentas continúan sonando en los huesos de los muertos.

De modo que no todo en la vida impone una actitud para que el creador sea celebrado como un galgo tras su carrera tras el conejo, ni siquiera como una top-model cuyo único interés radica en su belleza, una belleza efímera y comercializada, sino que todo artista únicamente debe aspirar a su papel de creación, enfrentándose a ella día a día, momento a momento, nieve tras nieve, para conseguir el afianzamiento de su obra, sin importarle si esa obra va a manifestar una repercusión entre el público. El público es el principal enemigo del creador.

El público -en general, por supuesto- no está preparado para entender la sensibilidad del intelectual o del artista, porque no está formado suficientemente, carece de esa élite de las minorías –como quería Ortega- en que su educación y su experimentación con las artes y con las ciencias evitan todo tipo de conocimiento y entendimiento de la obra que lee, ve, escucha o siente. La sensibilidad del público procede de una vulgaridad que propone el consumo de las masas –volviendo a Ortega-, y la masa carece de sabiduría esencial para comprender una acción de creación que normalmente se realiza para ser solamente entendida por el propio creador.

Por lo tanto, el fracaso no debe contar con esa perversión que es la justicia de la masa, pues por masa entendemos todo aquello que ha sido arrastrado, desde una política que reside en el consumo irredento y necio de toda obra de arte que supone una fragilidad de pensamiento y de verdadera ósmosis de calidad y de talento. El público, la masificación, nada tiene que ver con el talento, sino con esa ausencia de valores profundos que se desvanece como las aguas heladas cuando la primavera penetra en la espléndida naturaleza.

El ser humano es vulgar en su concepción del mundo, apenas advierte la efervescencia que la naturaleza puede provocar en sus emociones, de la misma manera que no entiende que para ser un hombre libre lo principal es la adquisición del conocimiento. Sólo desde la sabiduría el hombre puede ser feliz. La masa erradica esa felicidad sencillamente porque no asume el status quo del saber. Si eso fuera así, si el hombre-masa adquiriera una profunda ampliación de su pensamiento crítico, el fracaso se revolvería contra sí mismo a la vez que la experiencia del creador se ampliaría hacia zonas totalmente en estos momentos desconocidas. Por lo tanto, el fracaso no se agudiza tanto en el hombre de las artes como en el público que no está preparado para recibir su descripción de la realidad, de la imaginación, de la filosofía, de la gnosis, de la culturización. El fracaso persiste solamente por una ausencia de cultura del receptor. El hombre-masa.

La masa impone un tipo de creatividad que ronda la superficialidad, el pensamiento débil, la mala literatura, la pintura pactada con los galeristas, la música comercial, en definitiva, la necedad y un analfabetismo mundano que sólo procura el desvanecimiento de la cultura profunda y la intelectualidad de otros tiempos. El tiempo actual de la creación postula la imbecilidad, el consumo por el consumo, la facilidad de la interpretación, la publicidad, el marketing y las revistas subvencionadas por los bancos. A esto nos enfrentamos. Nada más y nada menos. A una rebaja del conocimiento como base de construcción de un país, de un tiempo, de un mundo donde el fracaso no es de quien crea, en todo caso, de quien adopta hacia la cultura una actitud de mercadeo insólito, de escurridiza adaptación hacia la fragilidad, la compra y venta, que más se parece a un producto industrial que a un avance de la alfabetización necesaria para consolidar el crecimiento sentimental y mental de todo hombre. El hombre -el ser humano, para que se entienda mejor- en sí persiste en su afán de no abandonar esta condena y adquirir esa fenomenología que acaba concluyendo en todo proceso de libertad.

El fracaso no es tal si el creador -hoy, como antes, la creadora y su inamovible fuerza por el existir- no se siente un fracasado y aborda su sensibilidad desde la euforia que sobreviene del gozo de crear, de analizar su intimismo, de metaforizar la palabra, el color, el sonido, la rabia concebida como salvación del cosmos, que siempre aprieta como un corpiño ceñido en la cintura del mundo.

Emilio Arnao

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