Cicatrices

19,00 IVA incluído


Cubierta trasera

Este libro está disponible bajo demanda (envío en 7 días) Cómpralo aquí (compra segura)

Categoría:

Description

El sueño puede ser la tabla de salvación cuando, tras la tormenta, solo queda la inmensidad del mar, y la diferencia entre lo que uno es y lo que quisiera ser se extiende hasta la infinita línea del horizonte, carente de toda esperanza.
Entre la vigilia y el sueño hay un espacio ignoto donde nadie puede habitar. Es el momento en el que perdemos la conciencia; estamos dormidos, pero sin saberlo y sin capacidad de soñar. O tal vez sí, pero sin darnos cuenta de que lo hacemos. En realidad no nos damos cuenta de nada, ni siquiera de estar vivos. Sin embargo, a veces, algo se nos viene a la mente. Tal vez un recuerdo que ya hemos vivido con anterioridad. Y cuando esto sucede suele ser frecuente que no sepamos discernir si lo hemos vivido o lo estamos soñando.
A los personajes de esta narración les ocurren tales fenómenos de una forma más frecuente e intensa que al resto de los mortales, sobre todo al protagonista; y no parece haber motivo fácilmente identificable que lo justifique. Pudiera ser consecuencia de una necesidad perentoria de escape de una dolorosa realidad o, si se prefiere, desconcertante. En cualquier caso, la mejor forma de poner tierra de por medio, cuando las cosas se ponen feas y no se tiene la posibilidad de abstraerse de las circunstancias, consiste precisamente en negar la realidad; convertirla en el fruto caprichoso de la mente, de la imaginación o del sueño que, al final, todos ellos son tributarios del mismo dios. El protagonista de este relato, sin saberlo, llegó pronto, por diferentes razonamientos, al convencimiento de que su punto de fuga, su escapatoria, pasaba por el refugio en la noche. Fue así como ocurrió que, ajeno a los designios de los dioses y sin saber lo que le estaba sucediendo, Nix, madre de Hipnos y abuela de Morfeo, se convirtió en su generosa protectora. No solo no le hacía preguntas incómodas, ni le exigía explicaciones de su errática conducta, sino que, además, siempre estaba dispuesta a proporcionarle el sueño más oportuno en el momento que más lo necesitaba. Y lo más sorprendente fue que lo hacía de forma anónima, sin pedir nada a cambio. Ni siquiera el propio favorecido supo nunca de su benevolencia. El sueño en el que se sumergía era tan profundo que generaba una realidad alternativa, después de zambullir su cuerpo en el río del olvido que bañaba, con sus cálidas y apacibles aguas, los fosos de los palacios contiguos de Hipnos y Nix enclavados en los recónditos valles del Olimpo. Gracias a este privilegio disfrutó desde siempre de una gran facilidad para superar las dificultades que le salían al paso, que no eran pocas. Aprendió instintivamente a recurrir al olvido y a la transformación de la realidad en sueño, y viceversa, según le resultará más oportuno en una u otra circunstancia. Y así fue como sus heridas curadas se convirtieron en invisibles cicatrices.